miércoles, 17 de febrero de 2016

La frustración en el aula: ¿cómo de saludable es evitarla?

                                  

El otro día tuvimos una conversación muy interesante en el colegio, en uno de esos extraños momentos en los que las horas de formación nos dieron la oportunidad de expresar nuestras ideas y dudas (qué poco lo hacemos y qué importante es). Salió el tema de la frustración, y se nos dijo que, según las nuevas metodologías, se debía evitar a toda costa. Teníamos que conseguir que los niños y niñas no se frustraran. Ni yo ni alguna de mis compañeras estábamos completamente de acuerdo con eso. Para mí, la frustración es un estadio normal en el proceso del aprendizaje, y a lo que debemos ayudar en el aula es a lidiar con esa frustración y a no dejar que sea el motivo por el cual el niño o la niña no aprende, no a evitarla del todo. Es tan equivocado como evitar el error; si no sabemos qué no funciona, ¿cómo vamos a encontrar lo que sí?

Leído lo anterior, parece que soy un monstruo y a mí lo que me va es torturar a mis alumnos y alumnas. Permitid que me explique. Para mí, la frustración puede ser de dos tipos, y uno de esos tipos sí que deberíamos evitarlo a toda costa. Cada vez está más demostrado que el aprendizaje está directamente relacionado con las emociones, y que es imposible aprender algo que no cumpla uno de estos tres requisitos: debe ser interesante, útil, o divertido. El o la docente pueden hacer que la materia que presentamos en clase cumpla uno o todos los requisitos, y creo que es su labor si queremos que el resultado sea un aprendizaje permanente y no una mera memorización. Ésta es la mejor manera de evitar la frustración que provoca tener un profesor o profesora de los que comúnmente llamamos "malos": esos que sueltan su lección independientemente del interés de la clase, que lleva poniendo el mismo examen tres lustros, que no ha cambiado su programación desde que le dieron el puesto allá por el pleistoceno. Para despertar el interés del alumnado, lo primero que debemos hacer es conocer sus intereses y sus gustos, y a partir de ahí diseñar las clases pensando en ellos y ellas. Creo que de esa manera conseguiremos evitar la frustración en lo que al profesorado se refiere, esa que a más de uno y de una nos hizo decir aquello de "a mí me gustaban las matemáticas, pero tenía un profesor tan malo que les cogí manía y terminé licenciándome en historia".

Después está la frustración individual, la del niño o niña al que "no le sale". Intenta un ejercicio nuevo, una actividad distinta y fracasa. El fracaso, el error, es parte del aprendizaje, lo importante es saber sobreponerse a él. Cuando un crío o una cría se atasca en su nivel oral de inglés, por ejemplo, puede surgir la frustración; puede que la criatura se niegue a hablar en clase porque le da vergüenza hacerlo mal, o puede que se esfuerce aún más porque está en su forma de ser superar los obstáculos. Lo que el profesorado debe intentar es que ese niño o niña tenga en sus manos las herramientas para hacer frente a la frustración. Debemos darle un entorno seguro, donde vea que el error es una parte normal del proceso, y debemos apoyar su autoestima para que esa frustración no consiga bloquearlo. Un niño o niña con la autoestima alta se enfrentará a su frustración de forma positiva. En el primer momento puede que se bloquee, que no sepa por dónde salir, pero después sabrá analizar dónde se ha confundido, qué ha hecho mal (y dónde han acertado), y volverá a intentarlo porque sabrá que ya sólo pueden mejorar. Ahora está muy de moda la teoría del "boli verde", como yo lo llamo, donde solo se señala lo que se ha hecho bien en lugar de mostrar el error. No digo yo que sea mala idea, pero ¿qué hay de esos niños que nunca lo hacen bien? ¿Les dejamos que sigan haciéndolo mal por no frustrarles o corregimos su error de forma positiva para que puedan evitarlo la próxima vez? ¿Aplaudimos a un niño de sexto porque ha hecho bien la tabla del dos, cuando él ve perfectamente que sus compañeros hace años que se las aprendieron todas? ¿O le dejamos claro que está por detrás, que necesita ayuda, y que en el colegio le vamos a apoyar en todo lo que haga y le vamos a ayudar al límite de nuestras posibilidades, a la vez que le animamos en el largo camino que tiene por delante? Un niño o una niña que tiene problemas de aprendizaje lo sabe, es consciente de sus limitaciones, y dependiendo de la respuesta que le demos lo superará o no. Ya no vale aquella costumbre de poner orejas de burro a quien no se sabía la lección, pero tampoco vale el "muy bien, chiquitín, ya has aprendido a hacer la O con un canuto". A los niños y niñas les gusta que les reten, que les inciten a mejorar. La frustración es parte de eso.

¿Estáis de acuerdo? ¿Os ha pasado alguna experiencia en la que os hayáis sentido bloqueados/as y no hayáis conseguido darle la vuelta? ¿Cómo evitáis vosotras y vosotros que vuestro alumnado se bloquee ante una situación de frustración? ¿Tenéis algún ejemplo de cómo lo habéis superado? Dejadme un comentario con vuestra experiencia, a ver si conseguimos el diálogo que a veces falta en el aula.

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