viernes, 30 de septiembre de 2016

Modas que vienen y van; como las olas, como los deberes


El curso nuevo ha empezado y todas nos hemos enterado (permitidme la rima tonta, no he podido resistirme), pero algunas hemos estado tan liadas que no hemos podido dar a este espacio la atención que merece y aquí me tenéis, a treinta de septiembre, diciéndoos que he vuelto a trabajar hace un mes y que ya necesito vacaciones (no me apedreéis, haced el favor). Como todos los años por estas fechas, un montón de expertos que nunca han pisado un aula ni han leído un libro de pedagogía andan removiendo las esquinas, que diría un vasco, con nuevas quejas y exigencias que a veces tienen sentido y otras muchas, no. Le tocó el turno a la educación emocional (todavía andamos a vueltas con ello, pero ya menos), a las inteligencias múltiples, a la educación centrada en el alumno/a. Este año los "expertos" en educación la han tomado con los deberes. Como si esto fuera nuevo y nadie hubiera pensado en ello antes, ahora lo "cool" es decir que los deberes no molan, que los deberes caca.

Será que yo soy muy vieja, o que fui a una escuela muy moderna, o que, quizás, esto de la educación sufre de modas, como todo lo demás, pero yo no tenía deberes cuando estudiaba EGB. Es cierto que fui a una escuela privada, una cooperativa de padres, para más señas (aunque yo no lo supe hasta que me tocó hacer las prácticas de magisterio en la escuela y empezaron a hablar de que "ahora que somos una escuela pública"... Yo, defensora a muerte de la educación pública, me voy a enterar de que soy hija de la privada a los 18), pero creo que mi escuela no era ni más ni menos pija o moderna que las que me rodeaban. Por aquel entonces, la moda era no mandar deberes a casa más allá de terminar lo que no nos daba tiempo a terminar en clase. Yo, que era muy currante, nunca llevaba nada a casa, y mi madre echaba pestes por la boca porque le parecía que estaba perdiendo el tiempo, que con las capacidades que yo tenía podía adelantar trabajo en casa. La andereño (léase "seño") dejó caer en una reunión con ellos que tenía ciertos problemas con las matemáticas, y todavía recuerdo el cuaderno tamaño DIN A4 que mi padre rellenó con multiplicaciones y divisiones (pesadillas tengo aún, os lo juro). Aparte de eso, mi madre me obligaba a contarle lo que había hecho en clase y repasar la tarea de sociales con ella, leía todos los días, veía programas infantiles en la tele (y no el Sálvame ni el Gran Hermano que la chiquillería ve hoy en día) y tenía como cuatro o cinco cuadernos llenos de cuentos, porque ya entonces me encantaba escribir. Mi hermano, cinco años menor que yo, ya trajo deberes a casa. ¿Qué cambió, la filosofía de la escuela? No: las familias pidieron deberes. Tenían la sensación de que perdíamos el tiempo, igual que mi madre.

Volvamos al presente. Víspera de un puente cualquiera, salen los niños y niñas del colegio. La madre recoge al churumbel en la puerta de la escuela y le pregunta qué tiene para hacer el fin de semana. "Solo nos han dado una hoja de ejercicios", contesta el chaval. "¿Solo eso para cuatro días? ¿Y qué vas a hacer todo el fin de semana?" Ganas me dieron de meterme por medio y decirle a la señora que lo sacara a jugar al parque, o fueran a un museo, o al parque de Salburua a ver los ciervos. La cosa es que no hay manera de acertar: a veces por poco, otras por demasiado.

Veinte años llevo yo en esto y he pasado de un extremo a otro. He sido de las de poner deberes hasta hartar, hasta que me di cuenta de que los deberes hay que corregirlos o si no, no valen para nada. Ningún padre se quejó cuando hacía esto, y menos aún mis alumnos y alumnas, pero ahora echo la vista atrás y me doy cuenta de lo bruta que era. Yo no me llevo trabajo a casa el fin de semana, a no ser que se llame trabajo a buscar alguna manualidad que hacer en Pinterest. ¿Por qué, entonces, no voy a dejar que disfruten de su tiempo libre las fierecillas? ¿De verdad es necesario hacerles repasar todos los días festivos? Hay estudios que prueban que la mente necesita un descanso para hacer conexiones; la gente tiene tendencia a resolver mejor un problema después de echar una cabezada, por ejemplo, y dicen que lo mejor cuando algo te obsesiona y no te sale es dejar de pensar en ello. Pero a nuestros alumnos y alumnas les mandamos sumas, restas, ejercicios de comprensión lectora, gramática inglesa... sin fijarnos siquiera en que, normalmente, quien hace bien los deberes es quien no necesita repaso, y aquel o aquella que los trae sin hacer o mal hechos no tiene ayuda en casa y no puede hacerlo solo/a. No necesita deberes, necesita una persona que le ayude.

Lo que no quita para que, de vez en cuando y con razones pedagógicas que me respaldan, mande alguna cosilla para hacer en casa. Las redacciones, por ejemplo, se hacen mejor en soledad. Después de trabajarlas en clase, de dar varios ejemplos, de hacer una juntos, es hora de que cada alumno/a trabaje en su casa con todo el tiempo del mundo y todos los apoyos a su disposición. "Llevaos el libro, usad diccionario, preguntad en casa, haced lo que podáis". Pero tomaos vuestro tiempo y no tengáis la presión del compañero/a listillo/a de clase que termina en cinco minutos y todo lo hace bien y te hace sentir gilipollas. O los ruidos, las distracciones, ese que prefiere jugar con las pinturas a hacer lo que le han mandado, la megafonía o los ruidos de la clase de al lado. A veces las cosas se hacen mejor en casa, sí. Y a veces los niños y niñas necesitan repasar. A veces viene bien trabajar un poco más, ya sea leyéndolo en el libro o yendo al museo de ciencias, porque en cinco horas al día que están en la escuela no podemos hacer milagros. Y a veces, sí, a veces, nos pasamos. Y otras nos dicen que nos quedamos cortos.

Conclusión: los deberes no son malos de por sí, y tampoco son buenos porque sí. Hay que buscar el término medio, conocer al alumnado y, quizás, individualizar la tarea. Pero las familias harían bien en no quitar autoridad a los maestros y, si los deberes suponen un problema, hablar con la escuela directamente y tener una charla la mar de educativa para ambas partes. De verdad os digo que tener hijos/as no os convierte en pedagogos, por más que, estoy segura, seáis padres/madres maravillosos/as. Y creedme: no hay cosa más tediosa que corregir deberes. Quien los manda lo hace convencido/a de que son por su bien. Nadie es tan masoca.