lunes, 22 de febrero de 2016

Nuevos retos


En septiembre de este año hará veinte años que terminé la carrera de magisterio. Teniendo en cuenta que me puse a trabajar inmediatamente, eso significa que llevo la friolera de dos décadas dando clase, aparte de los pinitos que hice en clases particulares o en mis (desastrosos) intentos de ser profesora de cerámica. En toda mi vida laboral no he hecho otra cosa que dar clase; he trabajado en dos países distintos, en tres idiomas diferentes, en todos los cursos de primaria e infantil, en una veintena larga de escuelas, y he dado todas las asignaturas menos música (aunque me ha tocado preparar festivales y más de una canción y un baile he enseñado). Cuando empecé en esto, como buena veinteañera que era, creía saberlo todo. Los profesores veteranos me parecían momias, toda la que diera clase sentada me parecía una carcamal, y creía tener en mis manos la receta para motivar a los niños y niñas en cualquier asignatura y en cualquier ocasión. Me costó unos cuantos años darme cuenta de lo mucho que me quedaba por aprender, y hoy miro hacia atrás con cierta congoja y pido perdón mentalmente a mis primeros alumnos y alumnas, porque me doy cuenta de que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo (solo espero no haber hecho ningún mal irreparable). Veinte años más tarde sigo aprendiendo, sorprendida de que el camino parezca ahora tan largo como me pareció al principio. Tengo la sensación de que cada vez hay más aspectos que se me escapan, que el mundo cambia y yo no estoy al día de esos cambios. Y sé que no es sólo una sensación, sino una verdad como un castillo. El mundo ahora y el mundo hace veinte años no tienen nada que ver.

Para empezar, el alumnado es completamente diferente. Mis primeros dos años los pasé en colegios que hoy en día podrían calificarse de privilegiados, pero que entonces eran la norma. No había ni un solo alumno o alumna extranjero, y el noventa por ciento de la clase venía de familias estructuradas. Aunque eran escuelas bilingües en euskera y castellano, el idioma no suponía ningún problema porque todos y todas tenían el castellano como lengua materna y la gran mayoría llevaban inmersos en el nuevo idioma desde los tres años, e incluso los alumnos y alumnas que llegaban a mitad de curso –todos castellano-parlantes– no tardaban en hacerse con el euskera (eran muy pocos y había recursos de sobra para atenderlos). Hoy en día, en un colegio público normal, las clases son poco menos que una ONU en pequeño. El alumnado es diverso, con todo lo que esa palabra significa. Vienen de países distintos, sus lenguas maternas son distintas, sus familias no son las más estructuradas del mundo, y algunos y algunas han visto cosas que ninguna criatura de diez años debería haber visto. No hay homogeneidad, y aunque la heterogeneidad muchas veces supone riqueza, también es cierto que implica dificultad. 

Partiendo de esta base, no nos sorprende encontrarnos con carencias afectivas. La niña cuyos padres están en proceso de divorcio y la usan como moneda de cambio y amenaza no va a portarse igual que el niño que tiene una familia estructurada, ya sea monoparental o no. No hace falta tener padre, madre, hermano, hermana y perro para ser estables, pero sí hace falta poner al niño o la niña en primer plano en todo momento. Sus necesidades son primordiales, nuestros odios y pasiones tienen que esperar. ¿Debe la escuela encargarse de cubrir estas necesidades? Yo creo que sí. No me parece bien que hayamos tenido que llegar hasta este punto, no me parece bien que quede en manos de la escuela encargarnos de la estabilidad mental de una criatura, pero si sus guardianes legales o su familia cercana no son capaces de hacerlo, ¿qué pasará con esa niña o niño si la escuela no toma parte en su formación como persona? 

Lo que me lleva al último punto: la función de la escuela. Si le preguntamos a una persona mayor (mayor que yo, quiero decir, ejem) cuál es la función de la escuela, seguramente nos diga que impartir conocimientos, o enseñar a memorizar. Si le preguntamos a un padre o madre, quizás la respuesta sea distinta. Puede que vaya desde inculcar valores a enseñarles a ser funcionales en la sociedad, y algunas familias, si fueran realmente sinceras, nos dirían que la escuela es el sitio donde se deja a los niños/as mientras los padres y madres van a trabajar. La familia va delegando, y al final la escuela se encuentra con un buen paquete de pequeños grandes aspectos de los que encargarse. 

Hay mucho, mucho trabajo por delante, que tiene que venir de mano de todos y todas si queremos que el sistema educativo funcione. La sociedad siempre avanza más rápido que la escuela, que se está quedando como una antigualla comparado con los avances que se dan ahí fuera. Vamos a paso de tortuga cuando quizás deberíamos ir a zancadas, pero ni aún así llegaríamos a todo. La escuela no puede funcionar como un ente independiente. La sociedad entera debe entender mejor qué se hace y cómo para poder ayudar a los que estamos en faena. 

¿Qué más retos se te ocurren? ¿Qué objetivos te has puesto para este año en tu carrera profesional? ¿En qué aspectos te gustaría recibir más ayuda de la que recibes? Déjame un comentario con tus dudas, a ver si entre todos y todas podemos llegar a alguna conclusión. 

miércoles, 17 de febrero de 2016

La frustración en el aula: ¿cómo de saludable es evitarla?

                                  

El otro día tuvimos una conversación muy interesante en el colegio, en uno de esos extraños momentos en los que las horas de formación nos dieron la oportunidad de expresar nuestras ideas y dudas (qué poco lo hacemos y qué importante es). Salió el tema de la frustración, y se nos dijo que, según las nuevas metodologías, se debía evitar a toda costa. Teníamos que conseguir que los niños y niñas no se frustraran. Ni yo ni alguna de mis compañeras estábamos completamente de acuerdo con eso. Para mí, la frustración es un estadio normal en el proceso del aprendizaje, y a lo que debemos ayudar en el aula es a lidiar con esa frustración y a no dejar que sea el motivo por el cual el niño o la niña no aprende, no a evitarla del todo. Es tan equivocado como evitar el error; si no sabemos qué no funciona, ¿cómo vamos a encontrar lo que sí?

Leído lo anterior, parece que soy un monstruo y a mí lo que me va es torturar a mis alumnos y alumnas. Permitid que me explique. Para mí, la frustración puede ser de dos tipos, y uno de esos tipos sí que deberíamos evitarlo a toda costa. Cada vez está más demostrado que el aprendizaje está directamente relacionado con las emociones, y que es imposible aprender algo que no cumpla uno de estos tres requisitos: debe ser interesante, útil, o divertido. El o la docente pueden hacer que la materia que presentamos en clase cumpla uno o todos los requisitos, y creo que es su labor si queremos que el resultado sea un aprendizaje permanente y no una mera memorización. Ésta es la mejor manera de evitar la frustración que provoca tener un profesor o profesora de los que comúnmente llamamos "malos": esos que sueltan su lección independientemente del interés de la clase, que lleva poniendo el mismo examen tres lustros, que no ha cambiado su programación desde que le dieron el puesto allá por el pleistoceno. Para despertar el interés del alumnado, lo primero que debemos hacer es conocer sus intereses y sus gustos, y a partir de ahí diseñar las clases pensando en ellos y ellas. Creo que de esa manera conseguiremos evitar la frustración en lo que al profesorado se refiere, esa que a más de uno y de una nos hizo decir aquello de "a mí me gustaban las matemáticas, pero tenía un profesor tan malo que les cogí manía y terminé licenciándome en historia".

Después está la frustración individual, la del niño o niña al que "no le sale". Intenta un ejercicio nuevo, una actividad distinta y fracasa. El fracaso, el error, es parte del aprendizaje, lo importante es saber sobreponerse a él. Cuando un crío o una cría se atasca en su nivel oral de inglés, por ejemplo, puede surgir la frustración; puede que la criatura se niegue a hablar en clase porque le da vergüenza hacerlo mal, o puede que se esfuerce aún más porque está en su forma de ser superar los obstáculos. Lo que el profesorado debe intentar es que ese niño o niña tenga en sus manos las herramientas para hacer frente a la frustración. Debemos darle un entorno seguro, donde vea que el error es una parte normal del proceso, y debemos apoyar su autoestima para que esa frustración no consiga bloquearlo. Un niño o niña con la autoestima alta se enfrentará a su frustración de forma positiva. En el primer momento puede que se bloquee, que no sepa por dónde salir, pero después sabrá analizar dónde se ha confundido, qué ha hecho mal (y dónde han acertado), y volverá a intentarlo porque sabrá que ya sólo pueden mejorar. Ahora está muy de moda la teoría del "boli verde", como yo lo llamo, donde solo se señala lo que se ha hecho bien en lugar de mostrar el error. No digo yo que sea mala idea, pero ¿qué hay de esos niños que nunca lo hacen bien? ¿Les dejamos que sigan haciéndolo mal por no frustrarles o corregimos su error de forma positiva para que puedan evitarlo la próxima vez? ¿Aplaudimos a un niño de sexto porque ha hecho bien la tabla del dos, cuando él ve perfectamente que sus compañeros hace años que se las aprendieron todas? ¿O le dejamos claro que está por detrás, que necesita ayuda, y que en el colegio le vamos a apoyar en todo lo que haga y le vamos a ayudar al límite de nuestras posibilidades, a la vez que le animamos en el largo camino que tiene por delante? Un niño o una niña que tiene problemas de aprendizaje lo sabe, es consciente de sus limitaciones, y dependiendo de la respuesta que le demos lo superará o no. Ya no vale aquella costumbre de poner orejas de burro a quien no se sabía la lección, pero tampoco vale el "muy bien, chiquitín, ya has aprendido a hacer la O con un canuto". A los niños y niñas les gusta que les reten, que les inciten a mejorar. La frustración es parte de eso.

¿Estáis de acuerdo? ¿Os ha pasado alguna experiencia en la que os hayáis sentido bloqueados/as y no hayáis conseguido darle la vuelta? ¿Cómo evitáis vosotras y vosotros que vuestro alumnado se bloquee ante una situación de frustración? ¿Tenéis algún ejemplo de cómo lo habéis superado? Dejadme un comentario con vuestra experiencia, a ver si conseguimos el diálogo que a veces falta en el aula.

lunes, 15 de febrero de 2016

Planes para tardes lluviosas o esos días en los que no se puede hacer nada

No sé vosotras/os, pero yo soy de esas personas a las que el tiempo que hace fuera le afecta enormemente. Cuando hace sol y calor soy alguien muy distinto a mi yo invernal, con lluvia y frío al otro lado de la ventana, no digamos ya si tengo que pasar mucho tiempo en la calle. A nuestros alumnos y alumnas el tiempo les afecta igual. No digo que a todos les afecte de la misma manera, y  no digo que la lluvia les aplatane, precisamente; pero hay días en los que, no sé si por el tiempo, porque es lunes, viernes o víspera de festivo, la clase no funciona igual que un día "normal" (lo que quiera que eso signifique). Nosotras/os intentamos poner orden, hacer que trabajen, despertarles de su letargo (o calmarles, dependiendo del caso), y al final cedemos ante la evidencia de que no hay manera, hoy no vamos a trabajar como ayer y no le vamos a sacar provecho a la lección. ¿O sí? A veces no hace falta más que cambiar nuestro punto de vista y la clase que parecía que iba a ser un desastre se convierte en todo un éxito. Y lo mejor: los críos y las crías se quedan con la sensación de haber tenido un día "casi de fiesta", cuando en realidad han currado más que cualquier otro día.

No hay recetas mágicas, y lo que funciona un día puede que al siguiente no funcione, pero aquí os dejo alguna sugerencia de actividades que a mí me han venido bien en más de una ocasión. Dependerá de vuestros/as alumnos/as, pero alguna os funcionará seguro. La mayoría están dirigidas a la clase de inglés, pero con un poco de imaginación las podéis adaptar a muchas otras áreas.

  • Organiza juegos: Si están muy ruidosos, puede que ésta sea la mejor manera de enfocar su energía. Dependiendo del nivel puedes jugar al ahorcado con el vocabulario que habéis trabajado, o al bingo (esto funciona de maravilla con los más pequeños, y genial para repasar los números). Si tienen algo de nivel y dispones de un "Quién es Quién", se pasarán las horas muertas describiendo a sus personajes. Si no tienes el juego, haz tarjetas con nombres de famosos que toda la clase conozca y haz que los críos los describan. Éxito asegurado. 
  • Cambia los grupos: Cuando están muy dormidos, lo mejor es dejar que hagan las actividades en grupos. Aunque sea un ejercicio del libro, deja que lo hagan juntos. Si es un texto de comprensión, por ejemplo, haz que lo lean individualmente y hagan preguntas en grupo para preguntar a los demás. Si, al contrario, ves que trabajando en grupo no se concentran, ponlos en pareja o sepáralos individualmente. No soy muy partidaria del trabajo individual, pero a veces hace falta. 
  • Inventa un cuestionario: O, mejor, que lo inventen ellos. Cada grupo (no más de cuatro) tiene que crear un cuestionario de respuesta múltiple (el mal llamado "tipo test") sobre cualquier tema que dominen. Aquí puedes dejar que se junten los amiguetes, o aquellos que tengan gustos afines. También pueden hacerlo sobre una persona de la clase, o sobre ti (yo me reí mucho cuando me lo hicieron, ¡qué bien me conocen!). 
  • Lee un cuento a los más pequeños: En infantil no falla, los cuentos amansan a las fieras. Yo diría que funciona hasta el primer ciclo de primaria. Eso sí, si el libro les interesa no pretendas que lo escuchen en silencio, porque querrán participar. Genial. Al menos están concentrados en algo. 
  • Dales algún pasatiempo: Pero que sea complicadillo, para que se concentren (eso sí, déjalos trabajar en grupo). Si tienes un ordenador en clase conectado a una impresora y a Internet, te será muy fácil encontrar sopas de letra o crucigramas de su nivel. Para matemáticas siempre vienen bien las hojas de colorear en las que hay que hacer una operación para averiguar el color. En inglés hay cientos de recursos, y en castellano imagino que también. 
  • Como último recurso, ponles una película: Mejor aún, busca un tutorial en Youtube sobre cómo hacer una manualidad sencilla (éste y éste están muy bien) y anímalos a que la lleven a cabo si tienes los materiales necesarios. Si te decides por una película, puede ser educacional o no, pero sobre todo debe ser de su interés. No les pongas un vídeo sobre la mitosis celular o será peor el remedio que la enfermedad.
Cuando nuestros/as alumnos/as no se concentran, tenemos la costumbre de ponerles a hacer plástica, o pedirles que hagan un dibujo (yo soy la primera, no escarmiento), pero quizás sea esto lo peor que podamos hacer. A no ser que el trabajo de plástica exija concentración o el que dibuja se tome muy en serio la tarea, la plástica es una de las peores áreas que enseñar cuando están demasiado excitados (aunque, si lo que quieres es despertarles, funciona genial). Seguir las instrucciones en un vídeo puede funcionar, así que si tienes pantalla digital no lo dudes. Eso sí, no esperes que haya silencio en clase: las manualidades son el momento de socializar por excelencia. 

Espero haberte ayudado. Si se te ocurre alguna cosa más, déjame un comentario o ponte en contacto conmigo; estaré encantada de actualizar la entrada.