Que la evaluación es parte del proceso educativo está más que claro. Dudo que haya algún docente, director/a o ministro/a de educación, aquí o en cualquier otro país, que defienda la idea de dejar la evaluación de lado y dar clase sin importar los resultados. El problema llega cuando nos planteamos la evaluación como un juicio o una forma de comparar a nuestros alumnos y alumnas, o cuando utilizamos exámenes escritos de dudosa valía para poner notas que, aunque en la mayoría de los casos (en primaria) no van a tener ninguna repercusión administrativa, sí van a afectar a la autoestima e incluso el rendimiento del objeto de evaluación, o sea, el niño o niña.
Con la última reforma educativa (me estoy refiriendo a la LOE, no la LOMCE), se introdujo en educación el concepto de "competencias". Ya no importa tanto el aprendizaje memorístico, sino que lo que nos es realmente válido es el proceso por el que el alumno o alumna llega al aprendizaje. Hablamos, por ejemplo, de la competencia lingüística, que es fundamental para comprender un texto o ser capaz de expresarse y que afecta a más áreas aparte de las lenguas (conocimiento del medio, por ejemplo); la competencia digital, que es aplicable a todas las asignaturas, y no tiene sentido medirla o evaluarla con un examen tipo test; la competencia matemática, que se desarrolla sobre todo en el área de matemáticas pero va más allá. Ahora ya no es cuestión de aprenderse la lección, sino de "saber hacer". ¿Por qué, entonces, seguimos poniéndoles papel y lápiz delante y pidiéndoles que rellenen un examen de respuestas múltiples? ¿No sería mucho más eficaz darles un problema (una especie de gincana académica) y ver cómo lo resuelven? ¿Por qué seguimos trabajando por áreas cuando sabemos que todo el conocimiento está unificado? (Sé que esto último no está ni estará nunca en manos del profesorado de la pública, pero es una reflexión que me llevo haciendo desde hace tiempo.)
Hace dos semanas tuve el placer de asistir a una sesión sobre evaluación que organizó el Berritzegune de Vitoria con Neus Figueras, una experta en el tema. Algunas de las cosas que dijo son cosas que todos conocemos, como que la clase de inglés tiene que tener un enfoque comunicativo, y por tanto su evaluación también; pero cuando llegó el momento de hablar de cómo evaluar, por ejemplo, el lenguaje oral, muchas bajamos la vista. Nos puso como ejemplo algo que yo he hecho este año, y me ha servido poco menos que para nada: se le da un dibujo o una foto al alumno/a y se le pide que lo describa. Supuestamente, la foto o dibujo en cuestión es idónea para evaluar el lenguaje que hemos trabajado en clase. Yo lo hice con "there are / there is": There are two men painting; there is a girl reading;... Neus nos lo dijo claramente: esto no es lenguaje comunicativo. No está transmitiendo una información al oyente (¿hay oyente?, porque no sé hasta qué punto el profesor es oyente, es solo evaluador), no se está usando todo el lenguaje que saben, no hay objetivo más allá de aprobar. Cuánto mejor sería crear un teatro, o un juego de rol, o una presentación, que es lo que he hecho este último trimestre y me ha dado resultados fantásticos.
Es fácil encontrar en la red ejemplos de escuelas que han dejado de lado los exámenes y han comenzado a evaluar a sus alumnos y alumnas de otras formas, ya sea por proyectos o por trabajos en grupos. Los que han llevado a cabo estos "experimentos" defienden que los resultados académicos no solo se han mantenido, sino que en muchos casos han mejorado comparados a los que se daban con los exámenes tradicionales. ¿Por qué, entonces, no lo hacemos todos y todas? ¿Por qué seguimos haciéndoles estudiar para el examen, por qué tienen que prepararse la lección? La respuesta es sencilla: porque es muy fácil. El libro de texto trae consigo los exámenes, solo tenemos que fotocopiarlos y seguir la guía para corregirlos. No hay que pensar, no hay que preparar nada nuevo. Pero a veces esos exámenes no están bien planteados, o no sirven para nuestra clase. Debemos modelarlos a nuestras necesidades, a nuestra metodología. Hablo del área de inglés porque es mi mundo, pero la verdad es que esta reflexión vale para cualquier otra área. En lugar de hacer un examen de historia, ¿no sería mejor hacer un power point sobre todo lo aprendido? ¿Cuántas competencias estaríamos trabajando de esa forma? En la era en la que todo el conocimiento está a un clic, ¿de qué sirve aprenderse la lista de los reyes godos?
Muchas vueltas que dar, mucho que reflexionar. La escuela avanza lentamente, pero avanza; espero que las nuevas generaciones vengan con ganas de remover conciencias y cambiar modas que ya no tienen sentido. Tiempo al tiempo.
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