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lunes, 21 de marzo de 2016

Evaluar: cómo, cuándo y por qué

Que la evaluación es parte del proceso educativo está más que claro. Dudo que haya algún docente, director/a o ministro/a de educación, aquí o en cualquier otro país, que defienda la idea de dejar la evaluación de lado y dar clase sin importar los resultados. El problema llega cuando nos planteamos la evaluación como un juicio o una forma de comparar a nuestros alumnos y alumnas, o cuando utilizamos exámenes escritos de dudosa valía para poner notas que, aunque en la mayoría de los casos (en primaria) no van a tener ninguna repercusión administrativa, sí van a afectar a la autoestima e incluso el rendimiento del objeto de evaluación, o sea, el niño o niña.

Con la última reforma educativa (me estoy refiriendo a la LOE, no la LOMCE), se introdujo en educación el concepto de "competencias". Ya no importa tanto el aprendizaje memorístico, sino que lo que nos es realmente válido es el proceso por el que el alumno o alumna llega al aprendizaje. Hablamos, por ejemplo, de la competencia lingüística, que es fundamental para comprender un texto o ser capaz de expresarse y que afecta a más áreas aparte de las lenguas (conocimiento del medio, por ejemplo); la competencia digital, que es aplicable a todas las asignaturas, y no tiene sentido medirla o evaluarla con un examen tipo test; la competencia matemática, que se desarrolla sobre todo en el área de matemáticas pero va más allá. Ahora ya no es cuestión de aprenderse la lección, sino de "saber hacer". ¿Por qué, entonces, seguimos poniéndoles papel y lápiz delante y pidiéndoles que rellenen un examen de respuestas múltiples? ¿No sería mucho más eficaz darles un problema (una especie de gincana académica) y ver cómo lo resuelven? ¿Por qué seguimos trabajando por áreas cuando sabemos que todo el conocimiento está unificado? (Sé que esto último no está ni estará nunca en manos del profesorado de la pública, pero es una reflexión que me llevo haciendo desde hace tiempo.)

Hace dos semanas tuve el placer de asistir a una sesión sobre evaluación que organizó el Berritzegune de Vitoria con Neus Figueras, una experta en el tema. Algunas de las cosas que dijo son cosas que todos conocemos, como que la clase de inglés tiene que tener un enfoque comunicativo, y por tanto su evaluación también; pero cuando llegó el momento de hablar de cómo evaluar, por ejemplo, el lenguaje oral, muchas bajamos la vista. Nos puso como ejemplo algo que yo he hecho este año, y me ha servido poco menos que para nada: se le da un dibujo o una foto al alumno/a y se le pide que lo describa. Supuestamente, la foto o dibujo en cuestión es idónea para evaluar el lenguaje que hemos trabajado en clase. Yo lo hice con "there are / there is": There are two men painting; there is a girl reading;... Neus nos lo dijo claramente: esto no es lenguaje comunicativo. No está transmitiendo una información al oyente (¿hay oyente?, porque no sé hasta qué punto el profesor es oyente, es solo evaluador), no se está usando todo el lenguaje que saben, no hay objetivo más allá de aprobar. Cuánto mejor sería crear un teatro, o un juego de rol, o una presentación, que es lo que he hecho este último trimestre y me ha dado resultados fantásticos.

Es fácil encontrar en la red ejemplos de escuelas que han dejado de lado los exámenes y han comenzado a evaluar a sus alumnos y alumnas de otras formas, ya sea por proyectos o por trabajos en grupos. Los que han llevado a cabo estos "experimentos" defienden que los resultados académicos no solo se han mantenido, sino que en muchos casos han mejorado comparados a los que se daban con los exámenes tradicionales. ¿Por qué, entonces, no lo hacemos todos y todas? ¿Por qué seguimos haciéndoles estudiar para el examen, por qué tienen que prepararse la lección? La respuesta es sencilla: porque es muy fácil. El libro de texto trae consigo los exámenes, solo tenemos que fotocopiarlos y seguir la guía para corregirlos. No hay que pensar, no hay que preparar nada nuevo. Pero a veces esos exámenes no están bien planteados, o no sirven para nuestra clase. Debemos modelarlos a nuestras necesidades, a nuestra metodología. Hablo del área de inglés porque es mi mundo, pero la verdad es que esta reflexión vale para cualquier otra área. En lugar de hacer un examen de historia, ¿no sería mejor hacer un power point sobre todo lo aprendido? ¿Cuántas competencias estaríamos trabajando de esa forma? En la era en la que todo el conocimiento está a un clic, ¿de qué sirve aprenderse la lista de los reyes godos?

Muchas vueltas que dar, mucho que reflexionar. La escuela avanza lentamente, pero avanza; espero que las nuevas generaciones vengan con ganas de remover conciencias y cambiar modas que ya no tienen sentido. Tiempo al tiempo.

martes, 17 de noviembre de 2015

Adaptabilidad

Si hay una palabra con la que un profesor o profesora se tiene que definir es la adaptabilidad. Con adaptabilidad me refiero a la habilidad de ajustar nuestra metodología, nuestros contenidos e incluso nuestro humor en un momento determinado a lo que nos marquen las circunstancias. No es lo mismo dar clase un lunes por la mañana que la tarde de un viernes, o un día de nieve, o un caluroso día de verano, por decir lo más obvio. A nuestros alumnos y alumnas les afecta todo, desde lo que han desayunado esa mañana hasta el tiempo que se ve al otro lado de la ventana. Y nosotras y nosotros también somos de carne y hueso, con nuestro humor y nuestros buenos y malos días. Por no hablar de las circunstancias externas que se puedan dar en un colegio, como un cambio de hora repentino, una sustitución, falta de tiempo para preparar material, cambio de clase, obras, un día especialmente ruidoso en el aula de al lado... Hay mil circunstancias por las que nuestro plan puede verse amenazado.

Partiendo de la base de que en el profesorado hay todo tipo de personas y que todos y todas aprendemos a nuestro ritmo, yo creo que la adaptabilidad es una cualidad que se adquiere con los años. Cuanto empezamos a trabajar en el aula nos gusta llevar todo bien planeado, bien apuntado, sin margen a la improvisación. Si tenemos planeado explicar el presente continuo del inglés, consideramos una clase fracasada aquella en la que entra la jefa de estudios a dar un mensaje y nos interrumpe la clase, o esa frustrante mañana en la que los niños y niñas están más emocionados por la excursión del día siguiente que por nuestra clase. Con el tiempo se aprende a escapar de la dictadura del plan y modelar la hora a nuestras necesidades. En lugar de tenerlos veinte minutos escuchándote para que luego hagan los ejercicios, explica lo básico en cinco y ponlos a trabajar en grupos en un texto sencillo, o creando una conversación. A veces los cambios de planes dan resultados maravillosos, y lo que parecía un parche para un momento de tensión se convierte en una lección que apuntas para repetir en otro momento. Así se va haciendo un equipaje de ideas, de técnicas, de metodologías que podrás usar cuando las necesites. Hay profesoras que lo hacen casi de forma instintiva y tienen una cualidad especial para saber qué necesita su grupo en todo momento desde el primer día que entran en clase; otros y otras dependemos de esa maleta que hemos ido formando con los años, pero tarde o temprano todos llegamos a esa adaptabilidad que tan importante se nos hace en clase.

Para los y las que acabáis de empezar en esto de la educación y no tuvisteis un buen modelo en vuestras prácticas de grado, he aquí una serie de ideas para el aula de inglés de las que podéis echar mano cuando sintáis que la clase se os escapa de las manos. Como siempre, dependerá de vuestras necesidades y de las de los niños y niñas.

  • A veces una sustitución, una enfermedad, una visita al médico, etc. se come nuestras horas libres y nos es imposible preparar la clase que nos toca como nos gustaría. Piensa que no todo es gramática en el aula de inglés, y una clase de plástica te puede servir muy bien para trabajar el vocabulario que estás dando en clase, o introducir algo nuevo. Díctales un monstruo ("it's got two heads, five eyes and three hands"), pídeles que hagan un cartel sobre el tema que estáis dando, o que hagan fichas de vocabulario. Esto también puede servir para los días en los que están muy inquietos e inquietas y no hay manera de hacerles prestar atención. 
  • Ten siempre a mano una ficha fácil que puedan hacer ellos y ellas solas o en grupo. Colorear por números, unir el color con el nombre, una ficha de vocabulario, una sopa de letras... Si tienes ordenador en el aula, hoy en día hay cientos de páginas que ya tienen todo este tipo de ejercicios; tómate cinco minutos para encontrar una, imprímela y manda a un niño o niña a buscar las fotocopias. Perfecto para los grupos apáticos de los que pareces no sacar nada. 
  • Con los pequeños, hay días en los que no hay manera de contar el cuento. Ponles a bailar. Haz rimas, canciones, juegos, que se muevan. Es imposible dar una clase magistral con un grupo que no puede estarse quieto y atendiendo: ni lo intentes. 
  • Si tienes la posibilidad de poner películas en clase, aprovecha. No abuses de este recurso o los niños y niñas se van a pensar que la clase de inglés es un choteo, pero es perfecto para un viernes por la tarde en el que los peques ya no dan más de sí. 
  • Si están muy parlanchines, aprovecha. Pídeles que creen un diálogo, una historia que contar a la clase. Pueden incluso dramatizar un libro sencillo que ya conozcan. Prepárate para que haya ruido, esta no es una actividad silenciosa. 
Éstas son solo un puñado de ideas, pero estoy convencida de que solo con leerlas ya se te han ocurrido un montón más. Flexibilidad, adaptabilidad, el don de aprovechar las virtudes de tus alumnos y alumnas y sortear las dificultades que se te vayan planteando, son características que cualquier profesional de la educación debe tener. Luego ya hablaremos del currículum, de la LOMCE y todo lo que venga detrás, pero ante todo, los niños y niñas. Y tu salud mental, que también es importante. 

martes, 27 de enero de 2015

Mi filosofía de la educación

Creo que es justo, antes de invitarte a seguir este blog, que te explique cuál es mi filosofía de la educación. No es tarea fácil, porque nadie me ha pedido nunca que lo haga y a veces me cuesta identificarla incluso a mí misma, pero voy a hacer un intento por definirla. Permite que me llene de contradicciones. 

 1. Mi filosofía es cambiante
Mi forma de ver la educación hoy en día no tiene nada que ver a cómo la veía hace unos años. Yo era otra persona, con otras experiencias, otra edad, otra visión de la vida. Mis alumnos tampoco eran los mismos que tengo ahora; no solo porque al principio de mi carrera como profesora me fui a trabajar al extranjero y poco tenía que ver un alumnado con otro, sino porque los tiempos cambian y las generaciones también. Una niña de seis años hace quince años y una niña de seis años de ahora no tienen las mismas inquietudes ni los mismos entornos, y eso hay que tenerlo en cuenta. Dentro de diez años, mi alumnado será distinto y yo seré otra persona. 
Dicho lo cual, yo veo la educación como una herramienta para hacer seres pensantes, más que como un trasvase de información. Hoy en día todos los datos que necesitamos están al alcance de un clic, y de nada sirve obligar a los chavales y chavalas a aprenderse la longitud del río Tajo cuando el móvil tiene la respuesta. Con esto no quiero decir que no haya que aprender geografía o historia, o la importancia de saberse de carrerilla la tabla del ocho. Pero hay que enseñarles a aplicar esos conocimientos, a distinguir entre opinión y dato científico, a ser críticos con los millones de gigas de información que tienen al alcance de sus dedos. De nada me sirve que se sepan el verbo “to be” si luego no saben pedir una hamburguesa en un McDonalds de Londres. Porque yo no fui a un país extranjero hasta los veintitrés, pero muchos de mis alumnos han estado ya en Inglaterra y necesitan de esas herramientas. 

2. Es flexible
La enseñanza tiene que adaptarse al alumnado, no al revés. Vivimos tiempos en los que las ciudades se nos han llenado de gente de otras partes del mundo, y ya todas las escuelas (al menos las públicas) saben lo que es tener niños y niñas que no hablan el idioma de instrucción de la escuela. No podemos mantener la misma metodología con alumnado nativo y con alumnado extranjero. No podemos juzgar con el mismo rasero a aquel que lo tiene todo a favor (familia estable, situación económica segura, capacidad intelectual media-alta) y aquel que tiene que hacer un esfuerzo para venir a la escuela porque la educación es lo último que se valora en casa. Nuestra materia prima son los niños y las niñas, y mi enseñanza debe ir dirigida a que ellos y ellas adquieran de mí la mayor cantidad de herramientas posibles para salir adelante en esta sociedad. 

3. Es amena
La enseñanza tiene que ser amena. Hace no mucho, una profesional del gremio vino a nuestro centro a decirnos que los niños y niñas de infantil también tienen que aprender a aburrirse. Puede que tenga razón, pero no creo que la escuela deba ser ese lugar. La escuela debe ser un lugar que provoque, que despierte la imaginación, que haga pensar, que divierta (teniendo siempre en cuenta que no es un circo; también se viene a trabajar). Considero una lección fracasada aquella en la que siento que mis alumnos y alumnas se están aburriendo. Hasta la gramática inglesa puede ser entretenida si se enfoca de la manera adecuada. 

4. Es feminista
Yo soy feminista, por lo tanto mi filosofía de la educación es feminista. Os habréis dado cuenta por el uso repetido de alumnos y alumnas, niños y niñas, maestros y maestras, pero por si no os habíais fijado, os lo repito: soy feminista. En mi clase todos y todas somos iguales, no permito que se encasille a nadie en un rol determinado. Las niñas no tienen por qué ser princesas y los niños pueden llorar cuando quieran. La escuela es el lugar adecuado para trabajar los roles de género y convertir nuestra sociedad en un lugar más justo y más abierto. La violencia de género, la homosexualidad, la sexualidad… Son temas que quizás deberían trabajarse en casa, pero como no se hace tiene que encargarse la escuela. 

5. Es laica
La religión no tiene cabida en el aula. Las cruces y velos deberían quedarse fuera, en casa y en la calle, nunca en clase. Trabajo con niños y niñas de distintas religiones y hemos conseguido vivir en armonía gracias a dejar los rezos en la puerta. Valores cívicos y ética, todo lo que se quiera. La religión, fuera. 

6. Es moderna
Si alguien del siglo diecinueve levantara la cabeza, se perdería en nuestras ciudades, se horrorizaría con los coches, no entendería el complejo entramado que es Internet. El concepto de volar de un lado para otro, el teléfono, la televisión, no digamos ya los móviles… Todo sería nuevo para esa persona. Pero en cuanto pusiera un pie en una escuela se daría cuenta de dónde está, porque seguimos con el mismo modelo educativo que se inventó con la revolución industrial. Pupitres encarando pizarras (por más que ahora sean digitales), un profesor o profesora dando la lección, silencio mientras la persona adulta habla… Seguimos con patrones que deberían haberse quedado obsoletos hace años, y nos cuesta cambiar. A pesar de todos los avances de la tecnología, en clase seguimos usando papel y lápiz y el ordenador muy de vez en cuando. Estamos en la era digital y necesitamos hacer de nuestros niños y niñas seres alfabetizados en nuevas tecnologías. No digo que el papel y el boli no tengan su lugar, pero igual que dejamos el papiro por el papel poco a poco tendremos que admitir que las nuevas tecnologías requieren su espacio.

Así, a grandes rasgos, veo yo la educación. El noventa por ciento del tiempo soy coherente con lo que pienso y actúo en consecuencia; el otro diez por ciento es viernes y estoy demasiado cansada para seguir mis instintos. Si te gusta lo que has leído, si tú también piensas así, puede que este blog sea para ti. Si eres más de tiza y silencio en el aula mientras hacen los diez ejercicios que les has pasado en la fotocopia, quizás emplees mejor tu tiempo leyendo los clasificados del periódico. 

A los y las que se quedan, bienvenidos y bienvenidas. Por favor, participad en los comentarios, y si no estáis de acuerdo, hacédmelo saber. A diferencia del profesorado de toda la vida, yo soy muy consciente de que me equivoco a menudo. Y prefiero que me lo hagan saber.